No es una novedad de los siglos XX
y XXI, que aparezcan tribus urbanas, donde los signos exteriores identifican un
tipo de vida y un comportamiento.
Hippies, punkies, heavy metal,
pijos… y un sinfín de tribus que podríamos nombrar, pero a lo que vamos… en
Madrid, durante los siglos XVIII y XIX, ya proliferaban por sus calles y barrios, grupos con sus señas de identidad, su
vestimenta y lenguaje. Su look que hoy diríamos, diferenciaba a unos de otros.
Majos y majas:
Aparecen a finales del siglo XVIII
como contraposición con los afrancesados que era el estilo de la élite española
bajo la influencia de la Ilustración. Eran vecinos del barrio de Maravillas,
hoy Malasaña. Desempeñaban empleos gremiales y en horarios fijos: empleados de
comercio, carniceros, zapateros, carpintero. Ambos llevaban coleta recogida con redecilla
en la cabeza y la mujer vestía un corpiño ajustado en tejidos ricos (casi
siempre terciopelos) con escote, mangas de farol en el hombro y después ajustadas,
la falda de vuelo y un mandil. El traje solía ir bordado tanto el corpiño como
la falda. El hombre llevaba camisa
blanca con fajín, un pañuelo al cuello haciendo juego con el fajín y chaquetilla
corta abotonada y adornada con bordados, el pantalón ajustado hasta debajo de
las rodillas y medias blancas.
Eran vecinos del barrio de Lavapiés (zona sur). Lavapiés fue la antigua
judería de Madrid y Manolo porque los judíos conversos solían llamar así a sus primogénitos (Dios con nosotros) como
prueba de piedad. Ya aparecen en el siglo XIX y según Mesonero Romanos, sus
oficios siguen siendo los mismos que en el siglo pasado, (zapateros,
taberneros, carniceros, traperos…) ya no llevan coleta y redecilla, su traje
actual (modificado por la imitación de los de Andalucía y de las clases más
privilegiadas) consiste en chaquetilla estrecha y corta con muchos botones,
chaleco abierto con igual botonadura, camisa bordada, doblado el cuello y
recogido por un pañuelo agarrado con una sortija a la altura del pecho; faja
encarnada o amarilla; pantalón ancho por abajo y media blanca; zapatos corto y
ajustado. Lleva una vara en la mano y una navaja en la cintura. Ella lleva
trenza, mantilla y zapato de charol.
Las
Manolas eran las clásicas floreras, cigarreras y fruteras.
Chisperos y chisperas:
Eran vecinos de la zona de Barquillo (zona norte). Se les llamaba así
porque eran trabajadores de las herrerías que había entonces en esa zona, por
las chispas que saltaban en la fragua.
Se les
calificó de extraordinarios torneros, broncistas y ebanistas, que soñaban con
convertirse en toreros o conquistar con sus galanteos a nobles damas. Tenían un
aire bravucón y pendenciero, pero lucharon decididamente contra las tropas de Napoleón en la Puerta de
Recoletos y en el Portillo de Santa Bárbara.
Manolos
y chisperos, se enfrentaban. Los chisperos con fama de rudos y pendencieros
frente a los manolos con fama de atildados. Estos enfrentamientos fueron tan
famosos, que el escritor Ramón de la Cruz cuenta una de aquellas contiendas en
“Los bandos del Avapiés”.
Chulos y Chulas:
También conocidas por chulapas y chulaponas. Surgió también en Lavapiés
y parece ser que el nombre deriva de la palabra “chaul” (muchacho en
hebreo) La chulapa aparece por primera
vez en 1839. Su forma de vestir. Ellas llevaban mantón con flecos, pañuelo en
la cabeza con claveles. El chulo llevaba gorra a cuadros, pañuelo al cuello,
chaleco y chaqueta entallada y pantalones abotinados.
El
chulo viene a ser una fusión de los anteriores pero con un toque de golfería
que en ocasiones rondaba el mundo de la delincuencia.
Isidros:
Isidro es sinónimo de paleto, palurdo (El patrón de Madrid es San
Isidro Labrador).
Los
isidros eran los hombres del campo que venían a Madrid, principalmente a la
celebración de la Fiesta de San Isidro. Venían con sus paveros de ala, los
trajes de pana y el refajo; generalmente llevaban los productos del campo y de
la matanza para sus familiares que vivían en la capital.
El carácter de estos personajes se ha plasmado en teatro,
literatura, zarzuelas, de tal manera, que ya nos resulta difícil diferenciar
entre la ficción y la realidad.