San Isidro Labrador quién junto a su esposa,
Santa María de la Cabeza y su hijo San Illán, formaron un matrimonio santo a
imagen de la Sagrada Familia: San José, la Virgen María y Jesús.
No hay en el mundo cristiano otra semejanza con
la Sagrada Familia.
A San Isidro, se reclama intercesión para
enfermedades infantiles, como abogado contra las calenturas y sobre todo, por ser
protector de los campesinos y labradores. A Santa Mª de la Cabeza, para los
matrimonios estériles y para los partos peligrosos.
A San Isidro se le han atribuido hasta 438
milagros, que relatarlos sería además de infinitamente largo, tedioso. Los más
populares son:
Milagro de la olla: los sábados, Isidro
y María preparaban una gran olla de potaje y pescado para los pobres. En una
ocasión, cuando la olla ya estaba repartida, llegó un peregrino pidiendo una
limosna. Isidro llamó a su mujer y le dijo: Hermana, por Dios te ruego que si
sobró algo de la olla, des limosna a este pobre, y respondió María que algo
habrá para dar de comer a este señor. Obedeció María, aunque estaba convencida
de lo que había manifestado y ¡cuál no sería su asombro al contemplar que la olla
estaba completamente llena!
Milagro del molino: Un día de
invierno en que se dirigía al molino para moler un poco de trigo para el gasto
de su casa, en compañía de otro labrador
y de su hijo, encontró una bandada de hambrientas palomas posadas sobre las ramas de
un árbol. Isidro limpió de nieve un trecho de suelo y vertió casi todo el trigo
en el suelo diciendo: Venid, avecitas de Dios, que para todos da Su Majestad. El
otro labrador se enfadó por derrochar el trigo e Isidro le contestó: calle, señor, no se
enoje que cuando Dios da, para todos da. Cuando llegaron al molina y molieron el trigo
restante, había tanta harina que salieron de allí con los sacos completamente
llenos.
Milagro del pozo: Un día de
fuertísimos calores, estando el Santo arando en los cerros al otro lado del
Manzanares, fue visitado por Juan de Vargas, que le pidió agua para beber.
Isidro le dijo que encontraría una fuente en cierto altillo inmediato, pero
cuando su amo no la encontró, volvió a donde el criado estaba y le dijo que
estaba equivocado. Dejó Isidro la yunta, cogió la ahijada y fue con Juan de
Vargas al sitio indicado, y danto con la ahijada sobre una peña, dijo: Cuando
Dio quería, aquí agua había, brotando en el acto un abundante caudal de agua.
Esta fuente es la que actualmente hay en la
Ermita de San Isidro.
Milagro del pozo:
Estando la familia en casa de los Vargas, María se descuidó y el niño cayó en
el pozo de la casa que era muy profundo. Isidro estaba en el campo y cuando
regresó encontró a su esposa muy afligida, Isidro le dijo: Pues, hermana mía,
¿qué has de hacer con llorar? Confiemos en Dios, que Su Majestad nos remediará
esta desgracia. Calla mujer, no te aflijas, que la Virgen Santísima nos dio este
hijo, y esta Soberana Madre de misericordia nos le ha de devolver. Pusiéronse de
rodillas, en oración, y en actitud suplicante, junto al pozo, y las aguas
fueron elevándose hasta el brocal, apareciendo el niño, vivo y contento,
sentado sobre ellas.
Pero quizá, el milagro más representado por los artistas, fue el
que se produjo mientras Isidro rezaba junto al campo que debía labrar. Vargas,
advertido por algunos campesinos que acusaban a Isidro de no cumplir con su
labor, montó en su caballo y se dirigió, por Puerta de Moros, hacia el rio
Manzanares, y, alzando los ojos en dirección de una cuesta en que araba San
Isidro, vio, en fila, tres yuntas de bueyes, cuando él no tenía más de una; la
primera iba manejada por un mancebo vestido de blanco, a continuación seguía la
de Isidro; y, por último, la tercera otro mancebo como el primero la gobernaba.
Al vadear el río, volvió el amo a levantar la vista, y ya no divisó más que a
su criado, que araba tranquilamente en lo alto del cerro, y, llegándose al
sitio de la labor, preguntó a Isidro quiénes eran y por dónde habían
desaparecido los que le ayudaban, a lo cual respondió el humilde sirviente que
él nada había visto, ni nunca solicitó más ayuda ni amparo que el de Dios, que
siempre se los otorgaba. Examinó Vargas atentamente el surco que abría entonces
San Isidro, y vio, maravillado que cada surco eran tres surcos distintos, como
si tres rejas labrasen al mismo tiempo, conociendo que los dos desaparecidos
labradores eran dos ángeles del cielo.
A Santa María de la Cabeza, se le atribuye que en cierta ocasión,
los esposos estando en Caraquiz, iban a visitar la ermita de Nuestra Señora
para encender su lámpara y arreglar el altar. Llegando a la ribera del río
Jarama, se detuvieron porque estaba muy crecido y no podían pasar. Quedóse Isidro
suspenso y afligido y dijo: Válgame Dios, María, no podemos pasar; su esposa le
respondió: No hay que temer, Isidro, que Dios nos dará barca para pasar a
visitar su Santísima Madre; quitose la mantilla, la extendió sobre las aguas,
colocáronse los dos Santos sobre ella, y franquearon el río sin mojarse.
Por estos milagros, la representación de los Santos es la
siguiente:
Isidro: Se le representa con la aguijada (vara de madera terminada
en una puya de hidro, que utilizaba para abrir pozos de agua), la pala, el
azadón, el arado de mano, la guadaña, el mayal o la gavilla de trigo.
María: Suele llevar en una mano un hachón encendido o una candela
y en la otra una alcuza (vasija de barro o metal, en el que se guarda aceite
para diversos usos) además de una mantilla , que es la que utiliza para cruzar
el río.
A San Isidro se le representa
siempre con barba, posiblemente a raíz de la descripción que de él dan las
actas de canonización:
“San Isidro, era de más que
mediana estatura, alto, robusto, de complexión sana y fuerte; el rostro redondo
y lleno, aunque por el continuo trabajo y excesiva mortificación, no tanto como
su naturaleza pedía. Era poblado de barba y ésta algo hendida, como también la
cabellera, aunque corta, tanto que apenas le llegaba a los hombros, cuando en
aquel tiempo se usaba el pelo muy largo”